El confinamiento y las condiciones de la inesperada pandemia habían puesto a los nuevos responsables del restaurante, y al equipo, en una situación dificilísima. Tras el anuncio de la que se suponía una cuarentena, se acortó el horario de servicio y se limitó, por disposición oficial, sólo a la entrega a domicilio; se distribuyeron las horas restantes entre un número de personas que en esas condiciones ya quedaba grande, pero que estaban dispuestas a ir tres, dos o hasta un día a la semana, a cambio de mantener sus puestos y atravesar la contingencia sin muchos raspones.
Durante el cierre, e incluso mientras se volvieron a recibir comensales con las medidas de cuidado indicadas, el hueco financiero crecía sin parar a pasos grandes (renta, impuestos, insumos, nómina, servicios…) y luego de resistir todo lo posible, las dos personas responsables vieron que la salida más sensata para todos era reducir el equipo de trabajo, por lo menos hasta que las cosas fueran volviendo a la normalidad, y las deudas (que estaban a nombre de una persona física) disminuyeran al punto de poner a salvo a todos, o a la mayoría.
Los dueños anteriores advirtieron enojos, rebeliones, alegatos, reclamos… Sus experiencias les daban motivos para advertir y sugerir a los nuevos responsables tener cuidado. Un asesor incluso recomendó hacer ajustes sin explicarle nada a los colaboradores, sin darles copia de nada, sin contarles el plan.
La única manera de cubrir cualquier monto para separar a los colaboradores de sus puestos era con dinero prestado. Hasta la última venta estaba ya comprometida para gasto corriente y pendientes con proveedores y bancos. Aun así, los responsables del negocio decidieron hacer una propuesta y exponer sus motivos. Llamaron una a una a las personas cuyo día de trabajo había sido el último. Su jornada había terminado, y con esa jornada se cerraban también la semana y un ciclo.
Con un nudo en la garganta los responsables explicaron a cada uno la situación: el golpe que dio la pandemia, la baja radical en las ventas, las entradas de dinero insuficientes, las salidas imparables… la deuda. Las deudas. La clarísima posibilidad de cierre. No escondieron nada. Ni las emociones.
Los responsables se sorprendieron de dos cosas: de sentirse tan conmovidos y de sentirse tan acompañados. A su clara preocupación y voz entrecortada mientras contaban el escenario y los siguientes pasos, la respuesta de todos fue comprensiva, empática, cálida. Las firmas para recibir los montos no incluían quejas, ni alegatos, ni reclamos; sólo comprensión. El equipo al que unos habían visto amenazante y revoltoso no estaba. En la realidad que se había construido desde la nueva administración parecía no existir, o haberse transformado en uno muy diferente.
Lo anterior no está basado en hechos reales. Son, les aseguro, los hechos reales; como pasaron. Y no son aislados, pues muchas organizaciones están atravesando por algo similar: desvinculaciones, recortes de jornadas, algunas veces disminución en los salarios… La respuesta de los colaboradores puede ir del agradecimiento a las amenazas pasando por la frustración, la desesperación o el alivio.
¿Qué detona las emociones? ¿Qué tenía que haber pasado, y desde cuándo, para que ese equipo reaccionara como las profecías catastrofistas que se decían alrededor?, ¿qué había pasado cuando los dueños anteriores tuvieron experiencias ríspidas con ellos? Nada de eso lo sabemos con certeza, pero de lo que sí tenemos una pista enorme es que la dinámica con los nuevos responsables era diferente y generó, incluso en momentos tan complicados, respuestas diferentes a las que se preveían.
Y es que las reacciones de un equipo no surgen espontáneamente en el momento en que se presentan, no es azaroso su desempeño ni su respuesta a las decisiones de los líderes o de la empresa de la que forman parte. Sus reacciones, sus respuestas y su desempeño se van gestando todo el tiempo, alimentándose de cómo reciben indicaciones, de qué tan comprometidas ven a las personas alrededor, de cómo los demás valoran su esfuerzo o de cómo lo ignoran, de cómo confían o dudan de ellos. Por eso es que los retos en las organizaciones no son sólo llegar a los KPIs o alcanzar las proyecciones de ventas o aperturas; los retos de hoy en las organizaciones implican acompañarnos y reconfigurar la manera en la que convivimos con otros en el trabajo, y recordar que las organizaciones están conformadas de personas.
En eureka.DO disfrutamos acompañarlas en el camino hacia sus objetivos y estamos convencidos de que su bienestar fomenta el del lugar donde trabajan.